Seré honesta, no tiene sentido no serlo. Aquí va: soy terrible y espantosamente fea. Un esperpento, por decirlo así. A mi lado el hombre elefante es Brad Pitt. Lamentablemente, vivo en un mundo donde soy lo opuesto a lo que las convenciones sociales consideran bello y lo tengo más que claro. ¡Soy horrible! La cultura me ha determinado como un ser humano de segunda clase y he aprendido a aceptarlo, pero ojo: no a compartirlo. Lo peor de todo es que soy más cachonda que prostituta en cautiverio y nadie me pesca. Lástima, para el mundo, que hay un problema con marcar a la gente: te da la autoridad moral para devolver la mano. No se trata de venganza, se trata de compensación. Soy mujer, ¡por Dios Santo! ¡Tengo necesidades! ¿Alguien me va a culpar por lo que hice? ¿Alguien se atrevería a hacerlo? Imagínense: llego a estar verde de caliente y me dicen que va a haber una fiesta donde regalan alcohol. ¿Qué es lo primero que pensaré? ¡Obvio! Hombres borrachos dispuestos a comerse lo que sea. Incluso a mí, la muñeca del diablo. Llegué a la famosa fiesta, algo ebria, a eso de las dos de la madrugada. ¿Acaso me juzgan por estar ebria? ¡Lo hago por salud mental! ¡Entiéndanlo, insensatos de mierda! ¡Soy un monstruo! Lo vi vagando sin rumbo, ido. Era mi tipo, porque todos son mi tipo. Compartimos un cigarro y lo embestí con un beso. Se resistió un poquito, sólo un poquito. Era perfecto. Estaba tan borrado que no se daba cuenta con quién estaba ni dónde estaba; simplemente me siguió el amén. ¿Se le pararía? Creí que sí. Recé por que sí. Le tomé la mano y lo guié a mi automóvil. Le di unas cervezas para mantenerlo así, tal cual. Me detuve en un motel, pagué, lo llevé a la pieza. Me desvestí, desesperada. Lo desnudé y lo manoseé como loca. Él creía estar en un sueño vago, supongo. Apenas me tocaba y yo casi convulsionaba. Endemoniada, me abalancé a su verga y la succioné bordeando el llanto. Fui feliz, tristemente feliz. Me regodeé de su textura y de su aroma costero como un animal hambriento. Pero su sexo no despertaba y ni siquiera era capaz de moverse: se había quedado dormido. Ejecuté el plan B, el riesgoso plan B. Saqué de mi cartera una tira de pastillas azules, las molí, las deposité en un vaso de cerveza. Lo despojé de su sueño y lo forcé a ingerir el brebaje, todito. No fue difícil: su fuerza de voluntad había aterrizado a cero, como un juguetito. El bate que creció en su ingle lo despabiló un tanto y trató de huir: bajó de la cama, cayó al suelo, se arrastró hacia la puerta del cuarto. Estaba atolondrado y lento. Por un instante sentí compasión, pero no duró mucho. Toda guerra trae víctimas, así que continué. Repito: no se trata de venganza, se trata de compensación. Inmisericorde, amarré sus brazos y sus piernas a cada uno de los extremos de la cama y cubrí su boca con cinta adhesiva. ¿Me culpan? ¿En realidad me culpan? Soy un resultado, una estadística, karma puro. La historia del hombre me adeuda una indemnización por daño moral y simplemente la estaba cobrando. Cabalgué sus genitales, cerré los ojos, soñé que alguien me tenía ganas. El autoengaño era la única posibilidad de depositar el amor que me sobraba a raudales, la única posibilidad de sentirme persona y no parásito, aunque sea por un rato. Alcancé un orgasmo y volví a mi patetismo, de golpe. Miré su rostro de pelmazo ebrio y lo supe: estaba muerto. Infarto por sobredosis, dijo el forense en la audiencia en que se me acusó de violación y cuasidelito de homicidio. ¿Por qué no nací en una tribu indígena? ¿Por qué no nací en alguna época con otros cánones de belleza? ¿Por qué no nací en otro planeta? ¿Por qué nací? Estoy en la cárcel, esta suerte de domo social, y pienso que me encuentro en el lugar donde se suponía que estuviera, por lo menos en este mundo o en esta vida. Cada día me miro al espejo e intento no desfallecer: soy obesa, mido un metro y medio, tengo los ojos los saltones, nariz de cerdo, un lunar de diez centímetros de diámetro en la mejilla izquierda, más dientes de los que debería, acné permanente, mi mandíbula inferior sobresale del plano normal, me crece barba y estoy quedando calva. ¿Alguien, realmente, se atrevería a culparme por lo que hice?
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