sábado, agosto 22, 2009

Reflexiones aleatorias en torno al cine de Park Chan-wook


Todo arte tiene un encanto particular, único. El cine, creo, goza del valor de la integralidad. Tal vez no tenga el inspirado arrojo que puede llegar a tener la literatura o el carácter sublime que a veces alcanza la poesía, pero a través de su poderío audiovisual puede aspirar a unificar algunos de los más puros componentes del resto de las artes. Ahí radica su fortaleza. De ahí que piense que Park Chan-wook sea un cineasta por excelencia; sus filmes no intentan cumplir un rol social, impulsar debates didácticos ni complacer al público masivo, por lo menos intencionalmente, sino que ante todo son cine, vale decir, son la máxima expresión de lo que el lenguaje cinematográfico tiene a la mano. Su estilo nace a partir de un prolijo entramado estético donde juegan un rol fundamental la crudeza, el humor, la tragedia, la lírica, el ingenio y la música. ¿El resultado?: nuevos niveles de originalidad y belleza.

El mundo conoció al surcoreano Park Chan-wook con Old Boy, un brutal relato de desquite, con alguna influencia del cómic, que vino a ser la segunda parte de su famosa trilogía de la venganza. Le antecedió Sympathy for mister vengeance y le siguió Sympathy for lady vengeance. La primera brilló por su dureza y perspicacia argumental, y la tercera por su delicadeza poética. Las tres películas son independientes entre sí y sólo tienen en común la temática: la venganza. Por consiguiente, la perspectiva narrativa de cada una de ellas es muy distinta: la primera es una suerte de comedia de equivocaciones lúgubre y feroz; la segunda, una historia bestialmente épica en la que Chan-wook alcanza su apogeo estético y seduce a las masas; y la tercera, un drama apasionado, violento y trágico con una cinematografía cuya exquisitez pone los pelos de punta.


Es habitual que los cineastas de estirpe eludan la pregunta en relación al estilo; David Fincher dice que más que proporcionar un estilo lo que hace es solucionar los problemas de una determinada manera, y David Lynch, a propósito de este tema, compara su cine con la apreciación de la pintura. Park Chan-wook plantea que lo primero es la historia y que luego se puede pensar en un revestimiento estético que calce. Bonita respuesta la del realizador surcoreano, pero claro que hay elementos estilísticos que se repiten en su cine. De entre ellos destaca la música, especialmente el vals, cuyas propiedades volubles y dolientes fomentan el matiz trágico que siempre quiere proponer; véase, por ejemplo, aquella escena de Old boy donde el antagonista suelta la mano de su amada con esa desgarradora melodía de fondo. El humor también tiene un lugar de privilegio en sus filmes; un humor espinoso, a ratos macabro, que entra en las circunstancias más inconvenientes. Todo, por supuesto, engalanado de un montaje vertiginoso y a veces caótico, una fotografía dotada de hermosura, una dirección de arte bellamente contrastada y un trabajo de cámaras audaz y depurado.

La crudeza también parece ser indispensable en sus historias, dando cuenta de una percepción algo despiadada de la realidad. Y tal como lo ha hecho David Cronenberg, Chan-wook sitúa a la violencia como parte de nuestros códigos genéticos, como un instinto indomable. Al margen de la trilogía de la venganza, esta visión gráfica de la crueldad se refleja en Joint Security area y Cut. La primera es un thriller bélico, al estilo Park Chan-wook, situado en el conflicto entre las dos Coreas; la cinta se centra en el problema que se genera cuando se hallan los cadáveres de dos soldados norcoreanos en su área de seguridad compartida. Cut, por su parte, es un delirante cortometraje de unos treinta minutos de duración que formó parte de la película Three extremes; una cinta que reúne tres relatos desquiciados dirigidos por Fruit Chan, Takashi Miike y Park Chan-wook. La colaboración del cineasta que nos convoca es la narración de una ingeniosa tortura propinada a un director de cine exitoso por parte de un extra descontento.



La película que viene a configurar cierto giro en el cine de este realizador surcoreano es, sin duda, I’m a cyborg but that’s ok. Este filme le sigue a la trilogía de la venganza y potencia un tono presente pero subrepticio en su filmografía: el amor, la ternura, la humanidad o como quiera vérsele. Lógicamente, Chan-wook no abandona sus convicciones dramáticas, narrativas ni estéticas y crea una pieza de una belleza altísima. Puede que la historia se pierda en medio de la fabulosa maraña visual que nos regala, pero no importa; el mensaje se entiende y el resto es disfrutar del simbólico panorama audiovisual que brota de la pantalla. Esta vez Park Chan-wook nos plantea una suerte de apología a la pureza por medio de un universo muy significativo: la cotidianeidad de los pacientes de un manicomio. Por supuesto que está presente la tragedia, el humor, la gloriosa música y todas esas cosas que ya señalé; pero por sobretodo, se trata de una película que a través de una estética colorinche, luminosa y alegórica quiere irradiar nobleza y optimismo.

Lo último de Park Chan-wook se llama Thirst, un filme que cuenta la historia de un sacerdote que se convierte en vampiro. La película se estrenó el 30 de abril de este año en Corea del Sur y por estas tierras lo más probable es que llegue directamente a dvd en una fecha aún lejana. Eso sí, el trailer se ve muy atractivo y genera grandes expectativas, tanto en lo visual como en la temática. Seguramente será otro acierto, pero mientras no tenga el placer de verla sólo puedo sacar en claro una cosa: la constante búsqueda creativa que Park Chan-wook ha emprendido con su cine.


Terminemos diciendo que la filmografía de este cineasta surcoreano se descubre con el más profundo deleite por el amante del séptimo arte. Y cómo no, si sus películas son prolijas amalgamas construidas con los componentes justos y en la medida precisa. Por lo demás, la perfecta paradoja que reviste a su cine deja un placentero sabor de boca en el espectador. Me refiero a que, por un lado, sus historias son oscuras y trágicas, así como también lo son sus personajes, quienes deambulan la delgada línea entre la locura y la cordura, buscando una especie de redención liberadora y retorcida. Pero por otro lado, el humor negro, el montaje enérgico y la estética luminosa expresan todo lo contrario. La música, por su parte, se sitúa en el medio, a modo de contrapeso. En consecuencia, se genera un aire poético y alucinado que brinda un carácter épico a sus filmes, alcanzando esa belleza que sólo el cine puede tocar.


Nota: Si quiere puede leer este texto AQUÍ.

jueves, agosto 06, 2009

La sombra


La sombra

Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII)


Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.

El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.

En una sombría ciudad llamada Ptolemáis, en un noble palacio, nos hallábamos una noche siete de nosotros frente a los frascos del rojo vino de Chíos. Y no había otra entrada a nuestra cámara que una alta puerta de bronce; y aquella puerta había sido fundida por el artesano Corinnos, y, por ser de raro mérito, se la aseguraba desde dentro. En el sombrío aposento, negras colgaduras alejaban de nuestra vista la luna, las cárdenas estrellas y las desiertas calles; pero el presagio y el recuerdo del Mal no podían ser excluidos. Estábamos rodeados por cosas que no logro explicar distintamente; cosas materiales y espirituales, la pesadez de la atmósfera, un sentimiento de sofocación, de ansiedad; y por, sobre todo, ese terrible estado de la existencia que alcanzan los seres nerviosos cuando los sentidos están agudamente vivos y despiertos, mientras las facultades yacen amodorradas. Un peso muerto nos agobiaba. Caía sobre los cuerpos, los muebles, los vasos en que bebíamos; todo lo que nos rodeaba cedía a la depresión y se hundía; todo menos las llamas de las siete lámparas de hierro que iluminaban nuestra orgía. Alzándose en altas y esbeltas líneas de luz, continuaban ardiendo, pálidas e inmóviles; y en el espejo que su brillo engendraba en la redonda mesa de ébano a la cual nos sentábamos, cada uno veía la palidez de su propio rostro y el inquieto resplandor en las abatidas miradas de sus compañeros. Y, sin embargo, reíamos y nos alegrábamos a nuestro modo -lleno de histeria-, y cantábamos las canciones de Anacreonte -llenas de locura-, y bebíamos copiosamente, aunque el purpúreo vino nos recordaba la sangre. Porque en aquella cámara había otro de nosotros en la persona del joven Zoilo. Muerto y amortajado yacía tendido cuan largo era, genio y demonio de la escena. ¡Ay, no participaba de nuestro regocijo! Pero su rostro, convulsionado por la plaga, y sus ojos, donde la muerte sólo había apagado a medias el fuego de la pestilencia, parecían interesarse en nuestra alegría, como quizá los muertos se interesan en la alegría de los que van a morir. Mas aunque yo, Oinos, sentía que los ojos del muerto estaban fijos en mí, me obligaba a no percibir la amargura de su expresión, y mientras contemplaba fijamente las profundidades del espejo de ébano, cantaba en voz alta y sonora las canciones del hijo de Teos.

Poco a poco, sin embargo, mis canciones fueron callando y sus ecos, perdiéndose entre las tenebrosas colgaduras de la cámara, se debilitaron hasta volverse inaudibles y se apagaron del todo. Y he aquí que de aquellas tenebrosas colgaduras, donde se perdían los sonidos de la canción, se desprendió una profunda e indefinida sombra, una sombra como la que la luna, cuando está baja, podría extraer del cuerpo de un hombre; pero ésta no era la sombra de un hombre o de un dios, ni de ninguna cosa familiar. Y, después de temblar un instante, entre las colgaduras del aposento, quedó, por fin, a plena vista sobre la superficie de la puerta de bronce. Mas la sombra era vaga e informe, indefinida, y no era la sombra de un hombre o de un dios, ni un dios de Grecia, ni un dios de Caldea, ni un dios egipcio. Y la sombra se detuvo en la entrada de bronce, bajo el arco del entablamento de la puerta, y sin moverse, sin decir una palabra, permaneció inmóvil. Y la puerta donde estaba la sombra, si recuerdo bien, se alzaba frente a los pies del joven Zoilo amortajado. Mas nosotros, los siete allí congregados, al ver cómo la sombra avanzaba desde las colgaduras, no nos atrevimos a contemplarla de lleno, sino que bajamos los ojos y miramos fijamente las profundidades del espejo de ébano. Y al final yo, Oinos, hablando en voz muy baja, pregunté a la sombra cuál era su morada y su nombre. Y la sombra contestó: «Yo soy SOMBRA, y mi morada está al lado de las catacumbas de Ptolemáis, y cerca de las oscuras planicies de Clíseo, que bordean el impuro canal de Caronte.»

Y entonces los siete nos levantamos llenos de horror y permanecimos de pie temblando, estremecidos, pálidos; porque el tono de la voz de la sombra no era el tono de un solo ser, sino el de una multitud de seres, y, variando en sus cadencias de una sílaba a otra, penetraba oscuramente en nuestros oídos con los acentos familiares y harto recordados de mil y mil amigos muertos.


Edgar Allan Poe.