lunes, abril 20, 2009

Hipérbole


Seré honesta, no tiene sentido no serlo. Aquí va: soy terrible y espantosamente fea. Un esperpento, por decirlo así. A mi lado el hombre elefante es Brad Pitt. Lamentablemente, vivo en un mundo donde soy lo opuesto a lo que las convenciones sociales consideran bello y lo tengo más que claro. ¡Soy horrible! La cultura me ha determinado como un ser humano de segunda clase y he aprendido a aceptarlo, pero ojo: no a compartirlo. Lo peor de todo es que soy más cachonda que prostituta en cautiverio y nadie me pesca. Lástima, para el mundo, que hay un problema con marcar a la gente: te da la autoridad moral para devolver la mano. No se trata de venganza, se trata de compensación. Soy mujer, ¡por Dios Santo! ¡Tengo necesidades! ¿Alguien me va a culpar por lo que hice? ¿Alguien se atrevería a hacerlo? Imagínense: llego a estar verde de caliente y me dicen que va a haber una fiesta donde regalan alcohol. ¿Qué es lo primero que pensaré? ¡Obvio! Hombres borrachos dispuestos a comerse lo que sea. Incluso a mí, la muñeca del diablo. Llegué a la famosa fiesta, algo ebria, a eso de las dos de la madrugada. ¿Acaso me juzgan por estar ebria? ¡Lo hago por salud mental! ¡Entiéndanlo, insensatos de mierda! ¡Soy un monstruo! Lo vi vagando sin rumbo, ido. Era mi tipo, porque todos son mi tipo. Compartimos un cigarro y lo embestí con un beso. Se resistió un poquito, sólo un poquito. Era perfecto. Estaba tan borrado que no se daba cuenta con quién estaba ni dónde estaba; simplemente me siguió el amén. ¿Se le pararía? Creí que sí. Recé por que sí. Le tomé la mano y lo guié a mi automóvil. Le di unas cervezas para mantenerlo así, tal cual. Me detuve en un motel, pagué, lo llevé a la pieza. Me desvestí, desesperada. Lo desnudé y lo manoseé como loca. Él creía estar en un sueño vago, supongo. Apenas me tocaba y yo casi convulsionaba. Endemoniada, me abalancé a su verga y la succioné bordeando el llanto. Fui feliz, tristemente feliz. Me regodeé de su textura y de su aroma costero como un animal hambriento. Pero su sexo no despertaba y ni siquiera era capaz de moverse: se había quedado dormido. Ejecuté el plan B, el riesgoso plan B. Saqué de mi cartera una tira de pastillas azules, las molí, las deposité en un vaso de cerveza. Lo despojé de su sueño y lo forcé a ingerir el brebaje, todito. No fue difícil: su fuerza de voluntad había aterrizado a cero, como un juguetito. El bate que creció en su ingle lo despabiló un tanto y trató de huir: bajó de la cama, cayó al suelo, se arrastró hacia la puerta del cuarto. Estaba atolondrado y lento. Por un instante sentí compasión, pero no duró mucho. Toda guerra trae víctimas, así que continué. Repito: no se trata de venganza, se trata de compensación. Inmisericorde, amarré sus brazos y sus piernas a cada uno de los extremos de la cama y cubrí su boca con cinta adhesiva. ¿Me culpan? ¿En realidad me culpan? Soy un resultado, una estadística, karma puro. La historia del hombre me adeuda una indemnización por daño moral y simplemente la estaba cobrando. Cabalgué sus genitales, cerré los ojos, soñé que alguien me tenía ganas. El autoengaño era la única posibilidad de depositar el amor que me sobraba a raudales, la única posibilidad de sentirme persona y no parásito, aunque sea por un rato. Alcancé un orgasmo y volví a mi patetismo, de golpe. Miré su rostro de pelmazo ebrio y lo supe: estaba muerto. Infarto por sobredosis, dijo el forense en la audiencia en que se me acusó de violación y cuasidelito de homicidio. ¿Por qué no nací en una tribu indígena? ¿Por qué no nací en alguna época con otros cánones de belleza? ¿Por qué no nací en otro planeta? ¿Por qué nací? Estoy en la cárcel, esta suerte de domo social, y pienso que me encuentro en el lugar donde se suponía que estuviera, por lo menos en este mundo o en esta vida. Cada día me miro al espejo e intento no desfallecer: soy obesa, mido un metro y medio, tengo los ojos los saltones, nariz de cerdo, un lunar de diez centímetros de diámetro en la mejilla izquierda, más dientes de los que debería, acné permanente, mi mandíbula inferior sobresale del plano normal, me crece barba y estoy quedando calva. ¿Alguien, realmente, se atrevería a culparme por lo que hice?

miércoles, abril 15, 2009

7 minicríticas

Crepúsculo: Básicamente, esta película es una ofensa al género de vampiros. Obvia, melosa, estúpida. La trama es tan predecible y los diálogos son tan clichés que dan ganas de vomitar. La historia se aprovecha con descaro del encanto y la seducción de los chupasangres para crear un producto que no tiene ni una pizca de originalidad. Muchos dicen que está destinada a un público adolescente, pero los jóvenes no sólo consumen basura, ¡por Dios! Sencillamente, un bodrio de cuarta categoría. Cero aporte.

I’m a cyborg but that’s ok: Park Chan-wook es uno de los mejores directores presentes en la cinematografía actual. Todas sus películas son brillantes. Todas. Este filme lógicamente no es la excepción y es de las cosas más bellas que he visto en los últimos años. Con una estética luminosa y colorida y una banda sonora que te hace volar, el cineasta de Old boy nos dibuja, dentro de un manicomio, una apología al amor puro. Con el coraje, la singularidad y el aire de tragedia propios de su cine, Chan-wook nos toma de la mano y nos transporta a un universo mágico, colmado de verdes, rojos, amarillos y celestes, y lleno de imágenes de gran simbolismo. Hermosa por donde se la mire.

La casa de los 1000 muertos: La primera película de Rob Zombie resulta ser un híbrido de sus predilecciones: cine bizarro, gore y horror clásico. Quien guste de estos géneros se encontrará con una delicia, sin duda. La cinta es un festín de brutalidad y sangre, adornado con una artesanía macabra digna de aplausos. Zombie construye su propia tiendita del horror, a modo de película, y le queda perfecta. La matanza, por supuesto, está a cargo de una tétrica familia de memorables personajes que desparraman carisma por montones, a pesar de ser asesinos satánicos que se pasan los derechos humanos por el recto. Ofensiva, sádica y pervertidamente genial. (Vea aquí el comentario de “The devil’ reject”s, la pseudo secuela tipo western que tuvo este filme.)

Recorte sangriento (Severance): Este divertimento menor, de origen británico, recurre a una idea clásica del cine de terror: un grupo de gente que se queda en una solitaria cabaña en el bosque y que se ve expuesta a espantosos sucesos. En este caso, alguien quiere torturarlos y matarlos uno a uno (¡vanguardia pura!). La diferencia está en que Recorte sangriento no es una película derechamente de terror, sino que más bien es una comedia negra, al estilo inglés, con tintes de horror. Si bien tiene momentos destacables y un par de muertes simpáticas, no sobresale especialmente y se queda como una anécdota más.

El gran Torino: Con una técnica cinematográfica propia de la vieja escuela, simple y austera, Clint Eastwood, quien actúa y dirige, nos golpea con una historia tan cercana que pone los pelos de punta. Tocando temas tan fundamentales como las pandillas, el racismo y la disfuncionalidad familiar, la cinta sobrecoge sin caer en el facilismo sensiblero, sino que con un realismo brutal y poderoso narrado con la cuota justa de emotividad. Todo, por lo demás, está envuelto en una pulcritud visual y narrativa que no hace más que fortalecer esta historia de redención e inmolación. Un filme importante, de peso. Además, Clint Eastwood se despide de la actuación a lo grande.

Escondidos (In Bruges): Gran pero gran película. Cuesta encasillarla; podría decirse que es una suerte de comedia negra, pero no calza del todo: es más que eso, es más que un compilado de situaciones tragicómicas. Da un paso más allá. En primer lugar, su ingenio e hilaridad es sobresaliente, notable; las carcajadas se sostienen en circunstancias lúcidamente urdidas. En segundo lugar, la medieval ciudad en que está ambientada (Brugges, Bélgica) se ve hermosísima. Y en tercer lugar, los múltiples niveles de su contenido, tanto en lo relativo a la trama (inteligente, profunda, astuta) como a los personajes (multidimensionales, atrayentes, peculiares), la transforman en una cinta de una categoría superior al promedio. Un auténtico deleite.

Los crímenes de Oxford: Lector, ¿se ha dado cuenta que en las cintas policiales casi siempre se hace referencia a las novelas policiales? ¿Será por qué siempre habrá mejores ejemplos en el género literario a los cuales homenajear? Bueno, da lo mismo, porque me gusta el género de misterio y este filme (justamente basado en una novela) es bastante decente. Elegante, pausado, frío. Visualmente, destaca el correcto uso de la estética gótica de la ciudad, que complementa la atmósfera de misterio, y el genial plano-secuencia previo al encuentro con la primera víctima. Asimismo, resaltan las referencias filosóficas y la atingente música. La narración, por su parte, es utilitaria y rítmica, aunque se sosiega en la segunda mitad. Es una buena película, claro, pero Alex de la Iglesia (su director) tiene mejores cosas.

martes, abril 14, 2009