martes, septiembre 24, 2013

La masturbación del gigante


UNO

Las montañas representan un acercamiento con lo divino, dijo el gigante para sus adentros, con su mirada clavada en dos áridos cerros perdidos en medio de la nada.
  
Los azarosos caminos del coloso lo habían llevado a una planicie desértica, estéril, chamuscada bajo un sol furibundo. La aparición de aquellos dos montículos interrumpió la monotonía del paisaje y provocó un efecto hipnótico en el errante titán.

Las montañas se hallaban una junto a la otra. Bellamente torneadas. Desterradas del mundo, al igual que él. El gigante apreciaba cierta nostalgia, de carácter glorioso, en el aislamiento de aquel par de elevaciones a sus ojos magníficas, espectaculares, mágicas. Lo que el titán viajero desconocía, era que algo inconsciente estaba operando en su fascinación. Algo que pronto comprendería.

La inmutable mirada del coloso ocultaba un secreto que se revelaba, parsimonioso, por medio de complejas interacciones psicológicas, neurales, vasculares y endocrinas, estimuladas por el encantamiento, cada vez más vivo, de las hechizantes montañas.

La obnubilación del gigante, de pronto, se volvió erotismo.

El misterio se resolvió mediante el edificio de cien pisos, corpulento, que se construyó en su entrepierna. Fue recién entonces cuando el coloso lo supo del todo: la deslumbrante belleza del redondeado par de montículos había despertado el recuerdo de las monumentales tetas de “Ella”. Las monumentales tetas de su ex novia.

Su omnipresente fantasma asomaba otra vez.

DOS

Respiración sofocada. Lisonjeras convulsiones. Ebullición. La lúbrica conmoción del sudoroso titán no daba más. Cada uno de sus rincones demandaba placer en un grito desesperado. Así pues, a toda velocidad, el gigante sacó de su mochila gigante un ipod gigante con audífonos gigantes; colocó estos últimos en sus oídos, seleccionó una canción y pulsó PLAY. Arrancó “Wicked game” de Chris Isaak. A continuación, desabrochó su pantalonote, bajó su cierrote y desembuchó al causante de esta narración: su rascacielos de carne.

Ajeno a la realidad del mundo del cual fue exiliado, el coloso cerró los ojos, se permitió soñar, se dejó seducir. Sin interrumpir el compás sutil de su puño derecho, acarició las montañas con su manota izquierda y se abandonó a la excitación bajo el influjo de las expresivas primeras líneas de la balada seleccionada para esta especial ocasión:

The world was on fire and no one could save me but you

It's strange what desire will make foolish people do

En busca de una inspiración todavía mayor, el gigante reconstruyó cada detalle del cuerpo de “Ella”, cada espasmo, cada gesto asfixiado y feliz. Excesivo y vicioso, la evocó boca abajo con sus rodillas flexionadas, batiendo sus inmensos y sudorosos glúteos hacia su sexo, mientras agarraba sus vastas caderas. El vaivén del brazo del condenado titán se aceleró, al mismo tiempo que la profunda y suave voz de Chris Isaak le entonaba el siguiente enunciado:

What a wicked thing to do to make me dream of you

El épico final se produjo en circunstancias que el coloso, en un arrebato insano de lujuria, embutió su mega coronta entre los dos montículos, a modo de emulación de la práctica conocida por el vulgo como “paja rusa”. De este modo, en un estado de éxtasis erótico, apartado de la terrenalidad circundante, ignoró las sanguinolentas magulladuras que su perversión y los dos cerros trazaron en su sistema genital, y así, entre jadeos y sacudidas, delirio e histeria, alcanzó un orgasmo sublime. Un orgasmo salvador. Un orgasmo infinito.

Era un gigante y la soledad. Era un gigante y la nostalgia. Era un gigante y el placer. Era un gigante y dos montañas. Era un gigante en un coito con dos montañas. Era un cuadro demencial.

Tendido sobre su estómago, con su lengua posada en la inhóspita planicie y el protagonista de esta historia desinflándose en el pliegue de las colinas, el misántropo titán decidió levantarse. Miró con entereza a lo lejos y a continuación, al mismo tiempo que se ponía unas gafas negras de sol y fumaba un cigarro suelto que llevaba en su mochila, reanudó su ostracismo errante en medio del ardiente desierto.  

TRES

Ahora retrocedamos unos minutos y concentrémonos en el reverberante horizonte de la abrasadora tarde. Vamos hacia allá. Ahí está el mundo como lo conocemos. Países, ciudades, pueblos, hogares, bancos, supermercados, cines, vehículos, gente. Todo de tamaño normal. Todo lejos del alienado gigante de corazón roto, lejos del monstruo. Allí, en las entrañas del planeta, nació un temblor, una vibración más bien. Muy suave. Tan suave como su génesis: el ritmo inicial, manso y mimoso, engañador y brutal, del puño frotante del coloso contra su ingle.

Tres minutos más tarde, la imagen del mundo se podía resumir en la inequívoca y axiomática afirmación “el peor terremoto de todos los tiempos”. Y en neutrales y objetivas descripciones tales como “casas y edificios desplomándose”, “suelos abriéndose” y “mares desbordándose”. El planeta era un juego de bolos en plena chuza.

El clímax de la ruina y aniquilación se produjo durante la sublime y terrible aproximación del orgasmo del enardecido titán, en el remate de la cópula montañosa. Ojalá allí hubiese terminado todo.

Pero esta historia no termina aquí.

Poco después de que las placas tectónicas se calmaran, una nube amarillenta cubrió los cielos. Sí, se trataba de los millones de litros de esperma eyaculados por el gigante. Ciudades completas se sumieron en la más densa oscuridad cuando el viscoso líquido sobrevoló el firmamento. La secreción viajó miles de kilómetros, a velocidad de cohete, más o menos una hora, hasta que aterrizó en la capital de un país que, por razones de decoro, omitiremos. Ingobernables ríos de semen inundaron a la desventurada ciudad, tapando el caos con otro tipo de caos, uno más glutinoso. Los equipos de bomberos y fuerzas especiales de policía fueron inútiles ante la inaudita y pegajosa realidad: una arrolladora masa de esperma que inmovilizaba todo a su paso.

La situación de las mujeres fue lo más trágico: como todos los habitantes de aquella urbe maldita, eran atrapadas por la mole mucosa, sin embargo, a diferencia de los varones, ellas quedaban expuestas al voraz apetito de los bestiales espermatozoides del gigante, renacuajos del tamaño de tiburones con rostros de demonios enfurecidos y largas colas como látigos lacerantes, quienes se introducían en sus órganos reproductivos y, aunque resulte increíble, las fecundaban. De esta suerte, debido al acelerado desarrollo embrionario de los pequeños colosos, se produjo una carnicería aberrante y monstruosa: los frágiles cuerpos femeninos estallaban, en cadena, del mismo modo que un globo que se infla demasiado y se revienta, con la particularidad de que esta explosión desparramaba sangre en todas direcciones. Era la panorámica de un sádico y tétrico espectáculo de fuegos pirotécnicos.

Es así como esta metrópoli infausta se transformó en el recipiente de un blanquecino y rojizo fluido espeso, lo más parecido a un pote de yogurt de vainilla revuelto con cereales, frutos secos y frutillas.

CUATRO

Nunca se supo en detalle qué sucedió con el solitario gigante ni cuál fue el destino de su viaje obsceno, el viaje del héroe de corazón roto en proceso de redención. Sólo hubo un par de hipótesis infundadas. Pero le diré una cosa, amigo lector: lo que ocurrió con la colilla del cigarro que fumó tras su eyaculación, es digno de otra narración.