Cada una de las siguientes películas amerita un texto individual, extenso, que enaltezca, argumente y desmenuce sus virtudes y planteamientos, pero dado que no me doy el tiempo de hacer eso con cada filme valioso que veo (además que al populus parecen no apetecerle las lecturas largas), comentaré en una sola entrada, breve e injustamente, estas cintas que constituyen lo más destacable que he visto en el último tiempo. Más vale eso que nada.
Thirst (Park Chan-wook, 2009): Sin duda, Thirst es el ejercicio más dosificado de Park Chan-wook (Old boy, Sympathy for lady vengeance), más aún tomando en cuenta que se trata de un filme de vampiros. Todos quienes conocemos su filmografía sabemos del poderío narrativo y estético que maneja este cineasta, de ahí que merezca mis respetos la ruta que toma en esta cinta. Park Chan-wook se contiene en favor de un relato lírico, calmoso y delicado que transforma una temática en principio despiadada (vampiros) en algo profundo, poético y hermoso (sacerdote que debe lidiar con la culpa y la tentación propias de su condición). Una vez más, Park Chan-wook se supera a sí mismo.
World’s greatest dad (Bobcat Goldthwait, 2009): Seguramente una película que se llama “El mejor papá del mundo” y que sea protagonizada por Robin Williams genera ciertas ideas preconcebidas en el espectador, sin embargo, estas ideas se autodestruirán tras verla. ¿Comedia negra o cine de autor?: ambas. La gran virtud de esta película, por lejos, es su tremendo guión; un guión hilarante, políticamente incorrecto, doloroso, patético, redentor. ¿De qué trata?: digamos que de la muerte, la mentira y la masturbación. Pese a tener momentos geniales, pienso que tiene una estructura muy convencional para tamaña historia y, sobre todo, para las grandes verdades que plantea. Esta cinta deja en ridículo al ser humano, porque habla de su estupidez, de la putrefacción social, de los falsos héroes que adora y de su enraizada decadencia; y me refiero a todos los especímenes que exhibe la secundaria en que se sitúa el filme. En resumen: una película de la que hay que hablar. Y ojo con la escena de la piscina, un verdadero lavado espiritual.
Nowhere (Gregg Araki, 1997): Tercera parte de la llamada trilogía adolescente apocalíptica de Gregg Araki (la completan Totally fucked up y The doom generation), un realizador conocido por hacer “cine gay”, pero que trasciende esa etiqueta con filmes de un coraje y riesgo dignos de aplausos. Sus temas favoritos son la sexualidad y los alienígenas; imagínense una mezcla de aquello revestida de postmodernismo, adolescentes y drogas. No llegaremos a ninguna parte, como lo dice el título de la película, pero seremos testigos de una cinta irónica y alucinada que cuesta sacar de la mente. La escena final es una epifanía brutal para el espectador.
Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008): Otra de vampiros. Al igual que Thirst, esta película toma elementos de la temática vampírica para crear una pieza que va más allá del género o, dicho de otra forma, que enaltece al género. Básicamente, podríamos decir que estamos frente a una película dramática sobre una niña chupasangre (por lo que hay que concluir que tiene varios siglos) que entabla una amistad con un niño criado por una familia disfuncional y víctima de chicos abusadores en su escuela. La cinta tiene unos momentos notables, estremece y está bellamente filmada. ¿Qué más se puede pedir?
The box (Richard Kelly, 2009): Como ya lo han dicho por ahí, en The box Richard Kelly toma un relato simple (de un botón que de ser presionado hace millonario a su ejecutor, pero que a cambio hace que alguien en el mundo muera) y lo retuerce hasta convertirlo en un filme a su medida, vale decir: perturbador, misterioso, espiritual, angustiante, lúgubre, hipnotizante, denso, etcétera. Tal como sucede con sus anteriores películas (Donnie Darko, Southland tales), The box requiere ser vista dos o más veces para descubrir más de sus aristas y lecturas, de modo que si usted es de la clase de espectador que le gusta que le entreguen las respuestas en bandeja y olvidarse de una película tras verla, no se la recomiendo.
Prisionero del peligro (David Mamet, 1997): Me vi casi toda la filmografía de David Mamet en una semana (cineasta, dramaturgo, guionista, escritor; en síntesis: un gran autor del cual seguramente haré un comentario en extenso en otra ocasión). Varios de sus filmes son thrillers y de entre ellos me quedo con éste, una película que evoca al cine negro de antaño, pero que no se queda en la imitación, sino que aporta con una obra de una perspicacia escasa. Se trata de una pieza elegante, atrapante, sugerente y con excelentes diálogos (como es costumbre en David Mamet). Me encantan las historias donde un hombre común y corriente, de la noche a la mañana, se halla metido en una telaraña infranqueable y debe rebuscárselas para salvarse. Si a eso le agregamos misterio y suspenso ejecutados con clase, mucho mejor. Pulgar para arriba.
The Winslow Boy (David Mamet, 1999): Otra de David Mamet. Esta vez adaptó una famosa obra de teatro inglesa, de los años cuarenta, sobre una familia de aquella época que decide defender su honor, el cual fue mancillado a causa de la expulsión de una escuela del hijo menor del núcleo familiar, quien fue acusado infundadamente de un robo. En razón de los medios puestos a disposición para el pronunciamiento de una sentencia favorable por parte de los tribunales de justicia de aquella época, este asunto menor se transforma en una noticia popular cargada de chismes, insidias, burlas, desgaste para la familia (físico, económico y moral) y cuestionamientos en torno a si vale la pena luchar en contra de las injusticias o si a veces simplemente hay que asumir que aquéllas son parte de la vida. Mamet hace una labor impecable que enaltece a la obra teatral, dotando de fuerza a la variedad de personajes con grandes diálogos, y adoptando medidas narrativas encomiables (ejemplo: nunca vemos el juicio, lo cual pareciera ser fundamental en un relato de estas características). Véala.
Ricky (Francois Ozon, 2009): La penúltima película de Francois Ozon es una alegoría o fábula sobre un bebe que nace con alas. Este cineasta francés ha sido uno de mis grandes descubrimientos en los últimos años; películas como Tiempo de vivir, 5x2 y Bajo la arena lo convierten en un realizador de estirpe. Si usted no lo ubica, no le recomiendo empezar a conocerlo por medio de esta película, sino que por cualquier otra, porque Ricky constituye el clásico respiro que se dan los cineastas con grandes obras a sus espaldas; ese respiro en que se dan un gusto y hacen algo diferente, peculiar, extravagante, quizá incomprensible, pero no menos sugestivo. Todavía me pregunto qué habrá querido decir Ozon con esta cinta. Si le tincó, échele un vistazo y saque sus propias conclusiones.
Transsiberian (Brad Anderson, 2008): Lector, ¿vio El maquinista? Bueno, si no la vio no importa. Este filme de Brad Anderson le sigue a la susodicha y, siendo similares en cuanto a género, la supera. Se trata de un thriller centrado en una pareja que está teniendo problemas maritales (debido a que son seres muy distintos) y que viaja en el famoso ferrocarril Transsiberian; la cosa se complica cuando conocen a otra pareja que les traerá más de un problema. El suspenso del filme está tratado con maestría, junto a ello cabe destacar el buen desarrollo de los dos personajes protagonistas y el claustrofóbico y frío entorno en que se desarrolla la acción. Se agradece cuando las películas logran conseguir esa exquisita sensación de expectación.
Ampliación del campo de batalla (Philippe Harel, 1999): ¿Se podría decir que constituye buen cine una película que cuenta con dos voces en off que insistentemente narran los hechos y las sensaciones del protagonista? Probablemente no; el cine es imagen, no literatura. Sin embargo, a este filme, basado en la novela del mismo nombre de Michel Houellebecq, se lo perdonamos, porque trasciende al cine. Esta película es literatura, poesía, filosofía y cine, todo en uno. Y todo, además, impregnado de grandes dosis de melancolía. Centrada en un retraído hombre, Ampliación del campo de batalla habla en un tono realista muy crudo y doloroso acerca de la soledad, la falta de amor, el sin sentido, el aislamiento y la rutina. Los cientos de pensamientos y frases con que nos acomete el filme marean, pero también impresionan; dan ganas de anotarlos y pegarlos en algún rincón, quizá mandar a estamparlos en una polera. El protagonista y su compañero irradian pena, repulsión, patetismo y, por lo mismo, algo de ternura y compasión, pero si uno mira bien, también encontrará un poco de belleza y esperanza.
Un hombre serio (Los hermanos Coen, 2009): ¿Qué pasaría si el destino decidiera hacernos la vida imposible? ¿Qué ocurriría si un día, sin previo aviso, todo empieza a salir mal? ¿Superaríamos estos obstáculos? ¿Mantendríamos nuestras convicciones? ¿Perderíamos la fe? ¿Desfalleceríamos? Entre otras cosas, los indispensables hermanos Coen plantean estas interrogantes en su última cinta, la cual retorna al humor negro insinuante que construyeron con filmes como Fargo, El gran Lebowski y El hombre que nunca estuvo. La película, además, se reviste de la estética depurada y los exquisitos recursos simbólicos propios de la narrativa Coeniana clásica. Un notable filme, de esos que cuando terminan en realidad empiezan.
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