Cada película de David Fincher es una pieza de relojería. Un glorioso perfeccionismo envuelve a la multiplicidad de ornamentos técnicos y dramáticos que convergen en sus filmes. Tal vez se podría hablar de una visión panorámica o un carácter trascendental. Zodiac, por ejemplo, fue un majestuoso ejercicio de meticulosidad narrativa, matemático y sin aspavientos, donde toneladas de ideas, informaciones y posibles tonalidades aterrizaron en un relato frío y pulcro de una precisión admirable. Un proyecto como El curioso caso de Benjamin Button requería en su estructura de aquella minuciosidad inteligente, calculadora e intuitiva, pero también precisaba de una óptica tradicionalista, austera y emotiva; elementos ajenos a la gama de registros ostentados por Fincher.
El guión de Eric Roth adereza con belleza, magnificencia y algo de humor una premisa ingeniosa, original y digna de múltiples lecturas, cuyo mérito exclusivo recae en el autor del cuento en que se basa: Francis Scott Fitzgerald. Un hombre nace anciano y rejuvenece a lo largo de su vida. Qué curioso. Pero también simbólico, misterioso, hermoso. La adaptación del relato enfatiza la vida y muerte de Benjamin Button, su trayecto existencial. Naturalmente el romanticismo, el sufrimiento y la melancolía ocupan un lugar de privilegio en una narración de estas características. La metáfora encarnada en Button es bella y poética; está presente la idea del perdón, del olvido, del tiempo y sus paradojas. La historia carece, no obstante, del atrevimiento propio de David Fincher. Es una oda a la vida, optimista y nostálgica, donde reina el sentimentalismo y lo políticamente correcto, lo cual no es necesariamente malo.
El curioso caso de Benjamin Button es un filme que en clave épica apela a una emotividad popular, en contraposición a una alegoría sofisticada o a una poesía inalcanzable. Calza como anillo al dedo, por tanto, en los institucionalizados estándares de la industria cinematográfica y la crítica tradicional. Esto último puede generar recelo en el espectador más experimentado, pero algo es innegable: la prolija ejecución. Con un tono contenido, la cinta nos entrega imágenes depuradas, personajes bien delineados, situaciones vibrantes, diálogos sugestivos. Desde una perspectiva clásica, el filme es bello. Consigue cierta honestidad estremecedora que nace en la simpleza de la trama de acciones y en la ausencia de ostentaciones.
Es inevitable, a la hora examinar El curioso caso…, caer en dos clásicos contemporáneos de Fincher: Seven y Fight club. Ambas son cintas que marcaron a generaciones de adolescentes y veinteañeros y que fijaron pautas en la cinematografía moderna. Fueron hitos del cine mainstream que hasta el día de hoy son adorados y descubiertos a modo de epifanías en todo el mundo. El curioso caso… no funciona como consolidación (si es que alguien la cree necesaria), sino que como otra ramificación del carácter de Fincher, quien extiende su registro desde la sordidez a la delicadeza. Se traza también aquí su faceta de cineasta-arquitecto, capaz de armar una colosal construcción técnica y dramática a partir de premisas sencillas que velan grandeza, cual Spielberg, Cameron o Scott.
Con todo, David Fincher no pasa de la oscuridad a la luz de frentón, sino que, invisiblemente, el filme se nutre de sus experiencias previas. En The game y Panic room exploró el suspenso, en Seven y Fight club recurrió a lo estricta y brutalmente visual, y en Zodiac consiguió la eficacia de un relato policial y periodístico con herramientas totalmente opuestas: el deliberado desapego emocional en la narración y el prolijo cuidado explicativo. En El curioso caso…, entonces, opta por el tono, el ritmo y la dirección de arte apropiada de acuerdo a todo su bagaje. El resultado es una obra contenida, sobria dentro de las proporciones y de coloraciones suavizadas. No se trata de un filme derechamente meloso y colorinche, sino que más bien de la opción de un enfoque clásico, tradicional o como quiera llamársele ejecutada con clase.
Los ecos de Forrest Gump y Big Fish se hacen sentir. La mujer moribunda que rememora la historia, la casa llena de personas que comparten su mundo particular, la madre como figura protectora fundamental, el cúmulo de personajes pintorescos que guían su camino, la intención de grandeza, etcétera. En menor medida, resuena El joven manos de tijeras: Benjamin Button como bicho raro, alienado, buscando un lugar. Sin embargo, su autonomía se expresa en diferencias ostensibles. Por una parte, la elegancia visual de la cinta es extraordinaria; Fincher condimenta cada fotograma con una belleza ponderada que nunca se exacerba. Y por otra parte, una suerte de realismo mágico sin alardes otorga a los hechos un matiz poético y mítico que impresiona y atrae.
El trabajo de Brad Pitt y Cate Blanchet es sobresaliente. Otorgan aún más peso al filme. Por lo demás, Pitt calza a la perfección con la idea de transformación milagrosa (de oruga a mariposa) que propone la película. El paso del tiempo se comporta como un actor más; se acompasa con una banda sonora simple, precisa e imponente que se ajusta a las peculiaridades de los contextos históricos en que transcurre la trama y a los momentos claves del relato. Junto a ello, una coloración siempre sutil, que discurre entre lo gris y lo luminoso, ayuda a retratar las épocas que operan como escenarios del filme.
Los méritos de la cinta, sin duda, no están dados por la audacia ni la originalidad narrativa. La película toma un camino austero que no se condice con una estructura rupturista o nueva, sino que opta por una pulcra linealidad. En consecuencia, es válido cuestionar dicha elección: conjeturar potencialidades, debatir el sentido de la realización (arguyendo el despropósito de desmenuzar una pieza irrealizable) e incluso discutir la idoneidad del tono, del enfoque y del cineasta (se ha hablado de Aronofsky, Jonze, Gondry, Burton); sin embargo, sea cual sea el análisis que se haga, El curioso caso de Benjamin Button se sostiene por sí mismo como un ejercicio estético y dramático dotado de exquisitez, fuerza escénica y una emotividad refinada que rechaza la sensiblería.
A modo de cierre, digamos que la encantadora purulencia del cine de David Fincher se trueca aquí por una seductora delicadeza. Un carácter multifacético y turbulento se moldea en su filmografía. Se lo ve capaz de instalarse en variados registros y entregar algo atrayente. Por el momento habrá que esperar para ver qué sorpresas nos trae y para saber si aquella escena en que Benjamin Button camina por primera vez deja huella. Tengo que decirlo: Fincher me sigue convenciendo.
El guión de Eric Roth adereza con belleza, magnificencia y algo de humor una premisa ingeniosa, original y digna de múltiples lecturas, cuyo mérito exclusivo recae en el autor del cuento en que se basa: Francis Scott Fitzgerald. Un hombre nace anciano y rejuvenece a lo largo de su vida. Qué curioso. Pero también simbólico, misterioso, hermoso. La adaptación del relato enfatiza la vida y muerte de Benjamin Button, su trayecto existencial. Naturalmente el romanticismo, el sufrimiento y la melancolía ocupan un lugar de privilegio en una narración de estas características. La metáfora encarnada en Button es bella y poética; está presente la idea del perdón, del olvido, del tiempo y sus paradojas. La historia carece, no obstante, del atrevimiento propio de David Fincher. Es una oda a la vida, optimista y nostálgica, donde reina el sentimentalismo y lo políticamente correcto, lo cual no es necesariamente malo.
El curioso caso de Benjamin Button es un filme que en clave épica apela a una emotividad popular, en contraposición a una alegoría sofisticada o a una poesía inalcanzable. Calza como anillo al dedo, por tanto, en los institucionalizados estándares de la industria cinematográfica y la crítica tradicional. Esto último puede generar recelo en el espectador más experimentado, pero algo es innegable: la prolija ejecución. Con un tono contenido, la cinta nos entrega imágenes depuradas, personajes bien delineados, situaciones vibrantes, diálogos sugestivos. Desde una perspectiva clásica, el filme es bello. Consigue cierta honestidad estremecedora que nace en la simpleza de la trama de acciones y en la ausencia de ostentaciones.
Es inevitable, a la hora examinar El curioso caso…, caer en dos clásicos contemporáneos de Fincher: Seven y Fight club. Ambas son cintas que marcaron a generaciones de adolescentes y veinteañeros y que fijaron pautas en la cinematografía moderna. Fueron hitos del cine mainstream que hasta el día de hoy son adorados y descubiertos a modo de epifanías en todo el mundo. El curioso caso… no funciona como consolidación (si es que alguien la cree necesaria), sino que como otra ramificación del carácter de Fincher, quien extiende su registro desde la sordidez a la delicadeza. Se traza también aquí su faceta de cineasta-arquitecto, capaz de armar una colosal construcción técnica y dramática a partir de premisas sencillas que velan grandeza, cual Spielberg, Cameron o Scott.
Con todo, David Fincher no pasa de la oscuridad a la luz de frentón, sino que, invisiblemente, el filme se nutre de sus experiencias previas. En The game y Panic room exploró el suspenso, en Seven y Fight club recurrió a lo estricta y brutalmente visual, y en Zodiac consiguió la eficacia de un relato policial y periodístico con herramientas totalmente opuestas: el deliberado desapego emocional en la narración y el prolijo cuidado explicativo. En El curioso caso…, entonces, opta por el tono, el ritmo y la dirección de arte apropiada de acuerdo a todo su bagaje. El resultado es una obra contenida, sobria dentro de las proporciones y de coloraciones suavizadas. No se trata de un filme derechamente meloso y colorinche, sino que más bien de la opción de un enfoque clásico, tradicional o como quiera llamársele ejecutada con clase.
Los ecos de Forrest Gump y Big Fish se hacen sentir. La mujer moribunda que rememora la historia, la casa llena de personas que comparten su mundo particular, la madre como figura protectora fundamental, el cúmulo de personajes pintorescos que guían su camino, la intención de grandeza, etcétera. En menor medida, resuena El joven manos de tijeras: Benjamin Button como bicho raro, alienado, buscando un lugar. Sin embargo, su autonomía se expresa en diferencias ostensibles. Por una parte, la elegancia visual de la cinta es extraordinaria; Fincher condimenta cada fotograma con una belleza ponderada que nunca se exacerba. Y por otra parte, una suerte de realismo mágico sin alardes otorga a los hechos un matiz poético y mítico que impresiona y atrae.
El trabajo de Brad Pitt y Cate Blanchet es sobresaliente. Otorgan aún más peso al filme. Por lo demás, Pitt calza a la perfección con la idea de transformación milagrosa (de oruga a mariposa) que propone la película. El paso del tiempo se comporta como un actor más; se acompasa con una banda sonora simple, precisa e imponente que se ajusta a las peculiaridades de los contextos históricos en que transcurre la trama y a los momentos claves del relato. Junto a ello, una coloración siempre sutil, que discurre entre lo gris y lo luminoso, ayuda a retratar las épocas que operan como escenarios del filme.
Los méritos de la cinta, sin duda, no están dados por la audacia ni la originalidad narrativa. La película toma un camino austero que no se condice con una estructura rupturista o nueva, sino que opta por una pulcra linealidad. En consecuencia, es válido cuestionar dicha elección: conjeturar potencialidades, debatir el sentido de la realización (arguyendo el despropósito de desmenuzar una pieza irrealizable) e incluso discutir la idoneidad del tono, del enfoque y del cineasta (se ha hablado de Aronofsky, Jonze, Gondry, Burton); sin embargo, sea cual sea el análisis que se haga, El curioso caso de Benjamin Button se sostiene por sí mismo como un ejercicio estético y dramático dotado de exquisitez, fuerza escénica y una emotividad refinada que rechaza la sensiblería.
A modo de cierre, digamos que la encantadora purulencia del cine de David Fincher se trueca aquí por una seductora delicadeza. Un carácter multifacético y turbulento se moldea en su filmografía. Se lo ve capaz de instalarse en variados registros y entregar algo atrayente. Por el momento habrá que esperar para ver qué sorpresas nos trae y para saber si aquella escena en que Benjamin Button camina por primera vez deja huella. Tengo que decirlo: Fincher me sigue convenciendo.
2 comentarios:
no es lo mejor de david fincher, puede dar más, pero sí es una buena película.
Infinitamente de acuerdo.
Pero debo prevenirte: sólo ve Watchmen si la has esperado con ansia, si no, te parecerá pésima.
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