viernes, abril 29, 2011

Véalas

No tengo nada más qué decir.






sábado, abril 09, 2011

Lo que mató a Segismundo


Lo que mató a Segismundo


El que desprecia el aplauso de la muchedumbre es que busca sobrevivir en renovadas minorías durante generaciones. (Miguel de Unamuno)


Otoño

Ya nadie se acuerda de Segismundo Andrade. Se suicidó cuando yo acababa de cumplir seis años y toda mi familia supo sobrellevar la pérdida, al parecer más rápido de lo que cuentan. Recuerdo que atendía una pequeña librería, que era el hermano de mi madre y que siempre andaba con dulces de menta. Es todo. La historia cuenta que se colgó de una viga en el garaje de su casa, tal como los célebres suicidas de todos los tiempos: atándose una soga al cuello. Se dice que antes de ejecutar el acto fue a dejar a su querida tienda de libros un cartel que decía “cerrado por duelo”. Ése era el tío Segismundo. El día de su funeral me dijeron que se volvió loco, ni una palabra más. Yo era sólo un niño, pero a medida que pasaron los años la explicación no fue mejorando.

Una añosa y enmohecida caja de cartón vino a despertar mi interés por su muerte, casi diez años después. Mi madre y yo limpiábamos el sótano de la casa, tras mucho tiempo de omitir su polvorienta existencia subterránea, cuando me topé con la susodicha en un rincón entelarañado. Se leía la palabra “Segismundo” en uno de sus costados, escrita con la tinta ya desteñida de un plumón negro. Rebozaba de libros, cuadernos y papeles, como si quisiera ser explorada. Se la mostré a mi madre y me dijo que me deshiciera de ella, que no era más que basura. Su indiferencia debió haberme molestado en algún nivel subconsciente, ya que nunca supe muy bien por qué llevé la caja a mi habitación.

Digamos que el tío Segismundo actuó como mi portal hacia otra dimensión. Es una buena analogía. Su depósito de cartón, al que podríamos llamar el residuo de su carácter, contenía libros de materias tabú aún para nuestra época. Había textos de filosofía moderna, historia de Oriente, física cuántica, ufología, viajes astrales, metempsicosis, estado del bardo, facultades parasensoriales, terapia subhipnótica y teosofía. Además de sendos ensayos, de puño y letra de mi tío, acerca de la inteligencia del Cosmos, de la decadencia del Hombre y de la agonía del mundo actual. Se imaginarán la hecatombe que produjeron en mí tales escritos, aunque lo más sorprendente fue otra cosa: su diario de vida.

Invierno

Me encandilé. Es una lástima que el hervor de la sangre, propio del entusiasmo, provoque obsesión y todas sus consecuencias. La desgastada caja de mi tío Segismundo operó en mí como un hallazgo revelador, fascinador; todo marchó de modo tan hipnótico que me aislé del mundo exterior, dejé de asistir a mis clases de la universidad y reprobé un par de ramos. Lo único que hacía era devorar textos que me remecían; por ejemplo, los ensayos escritos por mi tío, ensayos en que se repetía la idea de que nos hemos sostenido en visionarios que abrigaron la angustia de estos espacios infinitos, gente que concibió que vivimos un capítulo primario de la historia, una historia cuyos bestiales y obtusos personajes quizá nunca permitan su apogeo. Asimismo, los libros relativos a los planos del universo y a la intervención que la conciencia del hombre puede alcanzar en ellos, de intentarlo, me volaron la mente. Incluso hallé unas obras muy arcaicas y enigmáticas que me requirieron varios días de investigación, ya que estaban escritas en un idioma nuevo para mí (después supe que era sánscrito).

Había leído cerca de la mitad del material de la caja cuando me encontré con su diario de vida. Se trataba de un cuaderno con fechas esporádicas que iban desde 1972 hasta 1987. Su lectura era dificultosa; la caligrafía de mi tío era apresurada y el escrito estaba atestado de garabatos, diseños y apuntes con letra chica en torno al cuerpo principal de cada página, como si cada jornada hubiese sido redactada producto de un impulso incontenible. No quise leerlo de una sola vez, de rebato, sino que me di el tiempo de intercalarlo con otros textos; la idea era procesarlo, reflexionarlo, interpretarlo. Siendo honesto, quedé pasmado: su vida era fascinante, no precisamente por lo aventurera o novelesca, sino que por la complejidad de su carácter y lo que ello trajo consigo. Por medio del diario de vida, comprendí que mi tío Segismundo nunca transigió del todo con lo que le mostraban, de modo que emprendió una suerte de búsqueda mística algo errática, colmada de cuestionamientos existenciales y metafísicos.

Hasta ese momento, por lejos, lo que me había parecido más asombroso fue su participación en una secta, al parecer secreta y antiquísima, que suministraba dinero a sus miembros para que se dedicaran a la perfección de su alma y consiguieran liberarse de la dominación de los sentidos. Para explicar cómo llegó ahí es mejor transcribir las palabras que empleó en su diario: “fui invitado por un hombre que proyectaba una poderosa luz blanca de sus contornos”. Lo más curioso es que se trataba de un resplandor que sólo mi tío Segismundo y los integrantes de la congregación podían ver. Recuerdo haber leído con devoción el relato que hizo de su rito de iniciación: “fui llevado con los ojos vendados a un lugar con mucho viento y lanzado a un barranco, o lo que se sentía como un barranco; caí en agua y al intentar llegar a la superficie me topé con una especie de techumbre submarina; desesperado y ciego, busqué infructuosamente una vía de escape hasta que la asfixia me lo impidió. Más tarde, luego de que un paramédico extrajera el agua de mis pulmones con respiración artificial, fui recibido con un aplauso por los miembros de la congregación. El líder me explicó que acababa de experimentar una muerte simbólica, una suerte de alegoría del renacimiento que viviría”.

Primavera

Hablemos de moscas. Especies, morfologías, alimentación, formas de reproducción, hábitat. Es cierto, mi propuesta parece descontextualizada, pero me permite demostrarles el desconcierto que me provocaron trece páginas del diario de mi tío, trece páginas exclusivamente dedicadas a las moscas. Si bien los apuntes de su cuaderno carecen de un orden temático, un informe sobre insectos escapaba de toda lógica. Sólo después de un par de lecciones forzadas sobre biología parasitaria, que imagino de otra forma nunca hubiese aprendido, me topé con la razón de su fijación. A intervalos lúcidos, mi tío entregó fechas y antecedentes que me permitieron armar el rompecabezas, datos que poco a poco me hilaron una tormentosa crisis de angustia. La historia va más o menos así: de la noche a la mañana, mi tío decidió confinarse en su habitación. Al tanteo, pienso que estuvo unos seis meses en su alcoba; orinaba en botellas, defecaba en una vasija y consumía poca comida y muchas pastillas. Se la pasaba acostado. Al cabo de un mes, el hedor repletó el cuarto de moscas, las cuales por algún motivo embelesaron sus alteradas facultades mentales; perdido, escudriñó en los libros de su cuarto todo el material que pudo encontrar en torno a ellas, incluso en base a la observación sacó rupturistas conclusiones relativas a su comportamiento, como si fueran la clave. La clave que le diera la respuesta que buscaba. Leí el resto del diario de un tirón. No pude contenerme. Necesitaba saber qué lo llevaba a su muerte.

Después de su trance “mosco-melancólico”, hay un período de alrededor de dos años en que mi tío no escribe nada. Retoma el diario de vida una vez escalado el barranco, supongo. Tras su silencio, el primer escrito de su bitácora se extiende por numerosas páginas en torno a su retiro del culto; me pilló por sorpresa, pues a lo largo del diario sólo había hecho comentarios muy puntuales sobre el líder y un par de ceremonias. Estas hojas sitúan a su autoexilio antes de su encierro domiciliario, por lo que sugieren una relación causal entre ambos sucesos, aunque no podría asegurarlo. Durante las primeras líneas habla de su creencia en la inmortalidad del alma, pero un par de páginas después, caprichosamente, bifurca el camino y se enfoca en su renuncia a la congregación, la que fundamenta en la mediocridad espiritual de sus integrantes, a excepción del líder, a quien describe como un individuo excepcional. Explica que el hombre de hoy adolece de soberanas paradojas derivadas de su naturaleza animal, lo que lo lleva a repudiar la fe y padecer de un hambre de eternidad mal entendida, que favorece la vanidad y ensalza el nombre. No sé si comprendí lo que quiso decir. Al final, el cuaderno refleja una época de oscuridad, plena de melancolía, donde mi tío se refiere a su incomunicación con el resto, a la belleza de la vida bohemia y a su adicción al alcohol y a ciertas substancias derivadas de plantas exóticas. El diario acaba cuadro años antes de su muerte, carente de desenlace, y nada dice acerca de su suicidio.

Decidí dar otro paso en mi obsesión y planeé una pequeña investigación dentro de mi familia. Lo que hice fue elaborar un cuestionario acerca del tío Segismundo y usarlo para interrogar a todos mis parientes. La mayoría me conversó de sus vicios: me dijeron que lo habían visto borracho, drogado, ido. Nadie, sin embargo, me habló de su personalidad o de sus pasiones, ni siquiera mi madre, su única hermana. Según ella, fueron cercanos durante la infancia, pero el tiempo los apartó; en seguida agregó que era raro. Cada familiar que entrevisté empleó el mismo epíteto: raro. Supongo que las novias de mi tío no habrían dicho lo mismo, o tal vez sí, quien sabe. De acuerdo al cuaderno, tuvo tres parejas importantes: la señorita D, la señorita N y la señorita C. Así las llamó en su diario. Las tres lo abandonaron, pero a mi parecer sólo la señorita N tuvo razones de peso. Habría sido revelador conversar con alguna de ellas, pero nadie las conoció. Tampoco pude recurrir a mis abuelos, ya que fallecieron antes de mi interés por su hijo. Con todo, me topé con dos datos que llamaron mi atención: 1) averigüé que la librería de mi tío no vendía textos filosóficos, esotéricos ni científicos, sino que sólo literatura y poesía (este punto me recordó una frase de uno de sus ensayos: “el arte es una conexión invisible con el espíritu que a través de símbolos, metáforas y parábolas da cuenta de verdades elevadas que quizá nunca entendamos de ser reveladas por la vía directa”); y 2) comprobé que nadie recordaba haber visto su cadáver.

Verano

El paso del tiempo pasó inadvertido bajo la dulce embriaguez de mi entusiasmo. Cada día me sumergía un poco más en la intimidad de un hombre incomprendido y complejo; cada día me aproximaba un poco más a Segismundo Andrade. Llegué al punto de sentir el ansia desesperada de averiguar el verdadero motivo de su muerte. Mal que mal, hasta dónde yo sabía, la caja de cartón y yo éramos las únicas huellas de su paso por este mundo. Después de muchos textos, supe lo que debía hacer para alcanzar mi meta: leer entre líneas. Cada libro, cada ensayo, cada apunte de su diario. Todo estaba lleno de grietas, grietas que escondían la resolución del misterio, la clave de su muerte autopropinada. Un repaso general de mis lecturas me dejó dos teorías. La primera: el tío Segismundo está vivo, en algún lugar. Todo era un plan para empezar de cero. La caja y el cuaderno fueron una broma, tal como el cartel que colgó en su librería antes del “suicidio”; un chiste irónico y macabro. La segunda: cayó en una depresión terminal. Claro, mi tío era un sujeto cuya arraigada angustia lo hizo dueño de elevados niveles de conciencia, cuestionamiento y búsqueda; era lógico: su profunda sensibilidad no fue capaz de adaptarse a la decadencia espiritual e intelectual del mundo de hoy. Tengo que confesar que todo esto también me agobia. Siento que me abro paso en un territorio deslumbrante, colmado de ocultas y maravillosas ventanas, pero perturbador. Todavía no sé si lo que estoy haciendo es bueno o malo.

Se acabó el año. El año en que conocí al tío Segismundo. Podría hablarse del fin de un ciclo, sin embargo, fue sólo a finales de febrero cuando leí el último escrito de la caja; recién entonces supe que debía apartarme de ella, al menos por un tiempo. El resultado: mejoré mi rendimiento en la universidad, activé mi vida social, empecé a hacer algo de deporte. Pero claro, ahora un tejido distinto lo revestía todo. A modo de cierre, construí una repisa, la puse en mi habitación y la llené con los textos de mi tío, ya libres de polvo y telarañas. Conservé la arcaica caja de cartón en mi cuarto unas semanas, de sensiblero que soy, hasta que comprendí que no se trataba de una pieza invaluable, sino que de mohosos pedazos de cartón que enrarecían el aire. Cuando la cogí para botarla, noté algo insólito: su crecido peso discordaba con su ausencia de carga. Tal cual. La examiné y estaba vacía. Algo anormal estaba sucediendo; mágico, dirían algunos. Presuroso, la inspeccioné de nuevo y me di cuenta que contaba con un fondo falso. Con el arrebato de la pasión, retiré el cartón adicionado y me encontré con unas cintas en su base. Fue así cómo supe que mi tío oía a The Beatles, The Doors, ELO, Wolfgang Amadeus Mozart, Frederic Chopin, entre otros. Pero fue una cinta de video la que me sobrecogió por completo, la cinta de video en la que Segismundo Andrade se despide del mundo.

La película operó en mí como una suerte de catarsis terapéutica. Pulsé PLAY: mi tío encendió la cámara, se situó en un desgastado sillón de cuero y comenzó a hablar. La distorsión de la pantalla, propia de la antigüedad de la cinta, daba al video un aire mítico. La imagen de mi tío era estremecedora, violenta. Tenía un aspecto desaliñado y gesticulaba con un brío escalofriante. Irradiaba un talante desesperado, atormentado, guerrero. Por un momento sentí ganas de llorar, pero me reprimí. Vestía con despreocupación: una camisa blanca, un pantalón de cotelé, un vestón café. Todo su atuendo lucía viejo, de segunda mano. Divagó cerca de media hora. Empezó discurriendo acerca de lo que él llamó “verdades cósmicas”. Explicó que nosotros, la humanidad, éramos simples partículas de un plan maestro, dominando continuamente nuestros instintos biológicos básicos y experimentando día a día el equívoco para perfeccionar un tipo de vida superior; un escenario inconcebible para nuestras estructuras cerebrales y concepciones materialistas. Puso énfasis en lo que llamó “la materia prima invisible del ser humano”; según él, se trata de la esencia de la que estamos hechos y de la grandeza espiritual a la que podemos aspirar. Añadió que el hombre es una criatura maravillosamente trágica, capaz de amar, sufrir y perdonar como ninguna otra en el universo. En seguida, se extendió por varios minutos en torno a la naturaleza del amor, reprochando la dinámica de poder y egoísmo de las relaciones sentimentales. De la nada, se abstrajo y agregó que la vida era cíclica, como las estaciones del año. Como las malditas estaciones, remató. A continuación, se quedó en silencio, taciturno, mirando sin ver, durante unos treinta segundos, los treinta segundos más celestiales de mi vida. Entonces, parsimonioso, miró al frente, declaró que debía suicidarse, fue por una soga, dijo adiós, se acercó a la cámara y la apagó. De súbito, entendí lo que mató a Segismundo. La tercera teoría acerca de su fin me golpeó como una patada en el pecho: mi tío halló lo que buscaba; la respuesta a la pregunta. La muerte era su único acceso.

23 de julio, 2001.

Nota

Han transcurrido ocho años desde que escribí las líneas que usted, lector, acaba de leer. Las repasé hace unos veinte minutos y todavía siento nostalgia. Mucha agua ha pasado bajo el puente. La distancia interpreta, desentraña. La vida se encargó de esclarecerme varias de las lagunas que propone mi narración, a través de extrañas y hermosas formas, pero sigo añorando la sensación que experimenté en aquella época. El tío Segismundo me introdujo en la naturaleza misma del misterio, en la esperanza que abriga lo desconocido. Hoy sé mucho más de él: conocí a personas que fueron sus amigos, leí el resto de su obra y, sobre todo, recabé nuevos antecedentes sobre su muerte. Pero nada de eso importa tanto como descubrirlo del modo en que yo lo hice. Tal vez usted está intrigado, pero le propongo algo: no sepa nada más y teorice, cavile. En lo personal, su historia me hizo ver una hermandad enigmática y consoladora entre el amor y la muerte. Seguir escribiendo sobre el destino de Segismundo Andrade implicaría privarlos de la satisfacción de comprenderlo por su cuenta. De hecho, yo aún no lo dilucido del todo, pero tengo una corazonada: las moscas deben tener la respuesta.

14 de agosto, 2009.

martes, enero 18, 2011

Las 10 mejores películas estrenadas en Chile el 2010


10.- Kick Ass (Matthew Vaughn, 2010): Divertimento menor, pero efectivo, que logra mantener el interés y recrear. Carece de originalidad y a ratos se torna muy cliché, pero las salas chilenas no nos ofrecieron tantas opciones este año. Entra a la lista por entretenida.


9.- Shutter Island (Martin Scorsese, 2010): Otra que no me gustó tanto. Eso sí, hay gente que la amó. La última película de Martin Scorsese pretendió homenajear al antiguo cine negro (o film noir) de detectives y le quedó bien: bellamente filmada, gran atmósfera de misterio y rítmica. El problema es que con Scorsese uno espera que el filme te mande a las alturas y quedes alucinado por un mes. Acá no pasa eso; el guión es divertido, pero predecible, así que no da para tanto.


8.- Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008): La mejor película de vampiros de los últimos tiempos (junto a Thirst) llegó a Chile cuando todos quienes tenían ganas de verla ya la habían visto, ya sea porque la compraron en una cuneta o porque la bajaron de internet, así que pasó sin pena ni gloria por las salas chilenas (sólo santiaguinas). No me extiendo más, pues ya la comenté, brevemente, AQUÍ.


7.- Toy story 3 (Lee Unkrich, 2010): ¿Qué puedo decir de las películas de Pixar que no se haya dicho? Nada. Son brillantes. Punto. En todo caso, me sigo quedando con Ratatouille y Up.


6.- A single man (Tom Ford, 2009): La escena en que Colin Firth y Nicholas Hoult conversan en un bar, cerca de una playa, es un diálogo de puta madre y me valió toda la película. Pero, por supuesto, no se queda ahí. La cinta es poética, filosófica, provocadora, nostálgica y de una elegancia estética del más alto nivel.


5.- La vida de los peces (Matías Bize, 2010): Cuando supe de este filme pensé: “De nuevo Matías Bize con temas de pareja, qué lata”. Craso error. Estamos en presencia de la mejor película chilena del año y la mejor de Bize. Una cinta que revela la madurez de su director, tanto por el tratamiento cinematográfico íntimo y sobrio que consigue, como por la emoción que logra transmitir desde los silencios y esos diálogos precisos e intensos, llenos de trabajo actoral. El desenlace, uf.


4.- El imaginario del doctor Parnassus (Terry Gilliam, 2009): El poder redentor de la imaginación. Me remito al extenso comentario que escribí sobre esta película. ¿Dónde?: AQUÍ.


3.- Inception (Christopher Nolan, 2010): Si a usted, cinematográficamente hablando, sólo le interesa la entretención, amará Inception y no habrá nada mejor. Es rápida, es astuta, es poderosa. Hay giros argumentales y pasan cosas a cada instante. Bravo. Pero también es vacía, insustancial y llena de estereotipos. A pesar de todo, tiene el tercer lugar de esta lista por su admirable ingenio, su grandilocuencia visual (puesta a disposición de una historia que lo amerita) y esa capacidad subvalorada que pocos cineastas tienen: mantenerte al borde de la butaca durante toda la película (con Nolan eso es garantía asegurada).


2.- The ghost writer (Roman Polanski, 2010): Un peliculón de aquellos. Enigmática, seductora, intrigante; simples epítetos llevados a la pantalla con las más sofisticadas herramientas que el cine puede entregar: planos perfectos, ángulos exquisitos, ritmo pausado y ascendente, silencios provocativos, diálogos sugerentes, atmósfera opresora, música sugestiva y gloriosa, entre otros factores que, revueltos sabiamente por el gran Roman Polanski, consiguen un suspenso digno del mejor Hitchcock. Y así, de la mano del protagonista, nos adentramos en un viaje, cargado de secretos, hacia una fascinante y apasionante oscuridad. Simplemente alucinante.


1.- The social network (David Fincher, 2010): Ah, David Fincher. Lo conseguiste. Por fin convenciste a todos. Estamos en presencia de una película trascendente, importante, de proporciones homéricas. ¿Por qué? Varios motivos. 1) El guión es extraordinario; 2) el trasfondo es universal, transversal y profundamente actual; y 3) la dirige David Fincher, es decir, uno de las cineastas más meticulosos y perspicaces con vida hoy en día. El resultado es la perfección en toda regla. Puede que le guste o no la cinta, pero al margen de apreciaciones subjetivas el filme saca nota siete en todos los parámetros. Fincher consigue enaltecer la ya brillante materia prima que tenía a su mano con una dirección fría, pero estremecedora, que hace brillar con las luces justas cada uno de los conflictos emocionales encarnados en los protagonistas de esta historia de ambición, amor y rencor. Acá no tenemos un ejercicio de estilo, cine experimental ni cine de autor, sino que pura e impecable narración. Una obra maestra.



Las 10 mejores películas estrenadas en Chile el 2009.
Las 10 mejores películas estrenadas en Chile el 2008.
Las 10 mejores películas estrenadas en Chile el 2007.

lunes, octubre 11, 2010

"La obscena muerte de la chica mutante" (cuento)


[Afiches por Pablo Méndez Ortiz]


Señoras y señores:

Están cordialmente invitados a leer mi repugnante cuento “La obscena muerte de la chica mutante”, el equivalente a un vómito de una nauseabunda bestia deforme. Quedan advertidos, eso sí, de que se sumergirán en un mundo pervertido del cual tal vez se arrepientan de haber entrado, pero que posee la tentadora belleza de una puerta hacia un abismo infernal, o la poesía de un motel olvidado en medio de una carretera desolada y en llamas.

Sean bienvenidos y despierten su lado depravado y aberrante, aunque sea por el tiempo que dure esta lectura.


Mis agradecimientos a mi buen amigo Pablo Méndez Ortiz por sus geniales ilustraciones, realizadas por la mera amistad y amor al arte. Cabe mencionar que son de su mérito exclusivo, ya que tuvo libertad creativa. Un capo.



Opciones para leer el cuento:

1) Online AQUÍ.

2) Descargar un bonito y cómodo archivo PDF AQUÍ.




ADVERTENCIA:
Esta lectura no es apta para gente impresionable.

martes, septiembre 07, 2010

Exhibición de "Mala vida" en Bar porteño


Más vale tarde que nunca.

Miércoles 8 de septiembre.

Bar Lumiere.

20 horas.

Entrada liberada.

www.cinegro.cl

viernes, septiembre 03, 2010

10 películas que no lamentará ver

Hace rato que no escribo nada para el blog. Por el momento, no he tenido ganas de gastar líneas hablando de cine; he preferido desperdiciarlas en otras cosas. Pero eso no quiere decir que haya parado de ver películas. A continuación, forzaré el poder de síntesis más allá de lo aconsejable para recomendarles diez filmes de excelencia indiscutida seleccionados personalmente de entre las decenas de películas que he visto en los pasados meses. Lector: si no sabe qué ver, revise esta lista y le aseguro puro filete.


A single man (Tom Ford, 2009): Una mixtura de melancolía, angustia y existencialismo, con dosis de homosexualidad y poesía. Estéticamente: perfecta, fascinante.


Mr. Nobody (Jaco Van Dormael, 2010): La épica del abstracto. Un relato filosófico, metafísico, poético, nostálgico e inconexo, pero fácil de llevar, sobre las decisiones que marcan nuestros caminos y las posibles realidades que surgen de ellas. Visualmente, una belleza.


The ghost writer (Roman Polanski, 2010): La mejor película estrenada en Chile en lo que va del año. La cinta es la perspectiva subjetiva de un escritor que se sumerge en el submundo político y descubre más de un complot. Un filme sobrio, elegante, genial. Y con un manejo del suspenso sencillamente espectacular. Para colmo, tiene una banda sonora que te hace volar. ¡Aguante Roman Polanski!


A prophet (Jacques Audiard, 2009): La cárcel como creadora de gángsters. Una cinta con un enorme contenido social, pero dotada, además, de grandes simbolismos y de un ingenio sobresaliente. Estremecedora.


Ink (Jamin Winans, 2009): Fantasía de bajo presupuesto, pero de alta inspiración. El mundo de los sueños como nunca lo has visto. Emocionante.


El método (Marcelo Piñeyro, 2005): Una fábula que pone a prueba a la integridad del hombre, que desnuda al ser humano, que se burla de nuestros instintos bajos. ¿Qué pesaría más en una balanza?: ¿nuestra moralidad o un gran puesto de trabajo? Muy provocadora.


Inception (Christopher Nolan, 2010): Una historia absorbente, cautivadora y, por sobre todo, entretenida. Es una película de acción, con algunos elementos de ciencia ficción y cine de atracos, pero con la perspicacia y el ritmo necesario para atraparte. Todos sus personajes son estereotipos, ¿pero a quién le importa si obtenemos tamaña diversión?


The chaser (Na Hong-Jin, 2008): Otra gema de Corea del Sur. Una cruda historia de suspenso sobre un asesino de prostitutas y su perseguidor, un proxeneta. Cinematográficamente sencilla, pero poderosa.


Ip man 1 (Wilson Yip, 2008): No sólo estamos frente a una extraordinaria película de artes marciales, sino que ante una extraordinaria película a secas. Simplemente sobrecogedora.


The King of Kong (Seth Gordon, 2007): No soy un hombre de documentales, pero la historia de los dos más grandes jugadores de “Donkey Kong classic” de todos los tiempos merece ser vista. Un relato sobre la superación, la obsesión y el honor.

miércoles, abril 21, 2010

11 grandes filmes que he visto en el último tiempo

Cada una de las siguientes películas amerita un texto individual, extenso, que enaltezca, argumente y desmenuce sus virtudes y planteamientos, pero dado que no me doy el tiempo de hacer eso con cada filme valioso que veo (además que al populus parecen no apetecerle las lecturas largas), comentaré en una sola entrada, breve e injustamente, estas cintas que constituyen lo más destacable que he visto en el último tiempo. Más vale eso que nada.


Thirst (Park Chan-wook, 2009): Sin duda, Thirst es el ejercicio más dosificado de Park Chan-wook (Old boy, Sympathy for lady vengeance), más aún tomando en cuenta que se trata de un filme de vampiros. Todos quienes conocemos su filmografía sabemos del poderío narrativo y estético que maneja este cineasta, de ahí que merezca mis respetos la ruta que toma en esta cinta. Park Chan-wook se contiene en favor de un relato lírico, calmoso y delicado que transforma una temática en principio despiadada (vampiros) en algo profundo, poético y hermoso (sacerdote que debe lidiar con la culpa y la tentación propias de su condición). Una vez más, Park Chan-wook se supera a sí mismo.


World’s greatest dad (Bobcat Goldthwait, 2009): Seguramente una película que se llama “El mejor papá del mundo” y que sea protagonizada por Robin Williams genera ciertas ideas preconcebidas en el espectador, sin embargo, estas ideas se autodestruirán tras verla. ¿Comedia negra o cine de autor?: ambas. La gran virtud de esta película, por lejos, es su tremendo guión; un guión hilarante, políticamente incorrecto, doloroso, patético, redentor. ¿De qué trata?: digamos que de la muerte, la mentira y la masturbación. Pese a tener momentos geniales, pienso que tiene una estructura muy convencional para tamaña historia y, sobre todo, para las grandes verdades que plantea. Esta cinta deja en ridículo al ser humano, porque habla de su estupidez, de la putrefacción social, de los falsos héroes que adora y de su enraizada decadencia; y me refiero a todos los especímenes que exhibe la secundaria en que se sitúa el filme. En resumen: una película de la que hay que hablar. Y ojo con la escena de la piscina, un verdadero lavado espiritual.


Nowhere (Gregg Araki, 1997): Tercera parte de la llamada trilogía adolescente apocalíptica de Gregg Araki (la completan Totally fucked up y The doom generation), un realizador conocido por hacer “cine gay”, pero que trasciende esa etiqueta con filmes de un coraje y riesgo dignos de aplausos. Sus temas favoritos son la sexualidad y los alienígenas; imagínense una mezcla de aquello revestida de postmodernismo, adolescentes y drogas. No llegaremos a ninguna parte, como lo dice el título de la película, pero seremos testigos de una cinta irónica y alucinada que cuesta sacar de la mente. La escena final es una epifanía brutal para el espectador.


Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008): Otra de vampiros. Al igual que Thirst, esta película toma elementos de la temática vampírica para crear una pieza que va más allá del género o, dicho de otra forma, que enaltece al género. Básicamente, podríamos decir que estamos frente a una película dramática sobre una niña chupasangre (por lo que hay que concluir que tiene varios siglos) que entabla una amistad con un niño criado por una familia disfuncional y víctima de chicos abusadores en su escuela. La cinta tiene unos momentos notables, estremece y está bellamente filmada. ¿Qué más se puede pedir?


The box (Richard Kelly, 2009): Como ya lo han dicho por ahí, en The box Richard Kelly toma un relato simple (de un botón que de ser presionado hace millonario a su ejecutor, pero que a cambio hace que alguien en el mundo muera) y lo retuerce hasta convertirlo en un filme a su medida, vale decir: perturbador, misterioso, espiritual, angustiante, lúgubre, hipnotizante, denso, etcétera. Tal como sucede con sus anteriores películas (Donnie Darko, Southland tales), The box requiere ser vista dos o más veces para descubrir más de sus aristas y lecturas, de modo que si usted es de la clase de espectador que le gusta que le entreguen las respuestas en bandeja y olvidarse de una película tras verla, no se la recomiendo.


Prisionero del peligro (David Mamet, 1997): Me vi casi toda la filmografía de David Mamet en una semana (cineasta, dramaturgo, guionista, escritor; en síntesis: un gran autor del cual seguramente haré un comentario en extenso en otra ocasión). Varios de sus filmes son thrillers y de entre ellos me quedo con éste, una película que evoca al cine negro de antaño, pero que no se queda en la imitación, sino que aporta con una obra de una perspicacia escasa. Se trata de una pieza elegante, atrapante, sugerente y con excelentes diálogos (como es costumbre en David Mamet). Me encantan las historias donde un hombre común y corriente, de la noche a la mañana, se halla metido en una telaraña infranqueable y debe rebuscárselas para salvarse. Si a eso le agregamos misterio y suspenso ejecutados con clase, mucho mejor. Pulgar para arriba.


The Winslow Boy (David Mamet, 1999): Otra de David Mamet. Esta vez adaptó una famosa obra de teatro inglesa, de los años cuarenta, sobre una familia de aquella época que decide defender su honor, el cual fue mancillado a causa de la expulsión de una escuela del hijo menor del núcleo familiar, quien fue acusado infundadamente de un robo. En razón de los medios puestos a disposición para el pronunciamiento de una sentencia favorable por parte de los tribunales de justicia de aquella época, este asunto menor se transforma en una noticia popular cargada de chismes, insidias, burlas, desgaste para la familia (físico, económico y moral) y cuestionamientos en torno a si vale la pena luchar en contra de las injusticias o si a veces simplemente hay que asumir que aquéllas son parte de la vida. Mamet hace una labor impecable que enaltece a la obra teatral, dotando de fuerza a la variedad de personajes con grandes diálogos, y adoptando medidas narrativas encomiables (ejemplo: nunca vemos el juicio, lo cual pareciera ser fundamental en un relato de estas características). Véala.


Ricky (Francois Ozon, 2009): La penúltima película de Francois Ozon es una alegoría o fábula sobre un bebe que nace con alas. Este cineasta francés ha sido uno de mis grandes descubrimientos en los últimos años; películas como Tiempo de vivir, 5x2 y Bajo la arena lo convierten en un realizador de estirpe. Si usted no lo ubica, no le recomiendo empezar a conocerlo por medio de esta película, sino que por cualquier otra, porque Ricky constituye el clásico respiro que se dan los cineastas con grandes obras a sus espaldas; ese respiro en que se dan un gusto y hacen algo diferente, peculiar, extravagante, quizá incomprensible, pero no menos sugestivo. Todavía me pregunto qué habrá querido decir Ozon con esta cinta. Si le tincó, échele un vistazo y saque sus propias conclusiones.


Transsiberian (Brad Anderson, 2008): Lector, ¿vio El maquinista? Bueno, si no la vio no importa. Este filme de Brad Anderson le sigue a la susodicha y, siendo similares en cuanto a género, la supera. Se trata de un thriller centrado en una pareja que está teniendo problemas maritales (debido a que son seres muy distintos) y que viaja en el famoso ferrocarril Transsiberian; la cosa se complica cuando conocen a otra pareja que les traerá más de un problema. El suspenso del filme está tratado con maestría, junto a ello cabe destacar el buen desarrollo de los dos personajes protagonistas y el claustrofóbico y frío entorno en que se desarrolla la acción. Se agradece cuando las películas logran conseguir esa exquisita sensación de expectación.


Ampliación del campo de batalla (Philippe Harel, 1999): ¿Se podría decir que constituye buen cine una película que cuenta con dos voces en off que insistentemente narran los hechos y las sensaciones del protagonista? Probablemente no; el cine es imagen, no literatura. Sin embargo, a este filme, basado en la novela del mismo nombre de Michel Houellebecq, se lo perdonamos, porque trasciende al cine. Esta película es literatura, poesía, filosofía y cine, todo en uno. Y todo, además, impregnado de grandes dosis de melancolía. Centrada en un retraído hombre, Ampliación del campo de batalla habla en un tono realista muy crudo y doloroso acerca de la soledad, la falta de amor, el sin sentido, el aislamiento y la rutina. Los cientos de pensamientos y frases con que nos acomete el filme marean, pero también impresionan; dan ganas de anotarlos y pegarlos en algún rincón, quizá mandar a estamparlos en una polera. El protagonista y su compañero irradian pena, repulsión, patetismo y, por lo mismo, algo de ternura y compasión, pero si uno mira bien, también encontrará un poco de belleza y esperanza.


Un hombre serio (Los hermanos Coen, 2009): ¿Qué pasaría si el destino decidiera hacernos la vida imposible? ¿Qué ocurriría si un día, sin previo aviso, todo empieza a salir mal? ¿Superaríamos estos obstáculos? ¿Mantendríamos nuestras convicciones? ¿Perderíamos la fe? ¿Desfalleceríamos? Entre otras cosas, los indispensables hermanos Coen plantean estas interrogantes en su última cinta, la cual retorna al humor negro insinuante que construyeron con filmes como Fargo, El gran Lebowski y El hombre que nunca estuvo. La película, además, se reviste de la estética depurada y los exquisitos recursos simbólicos propios de la narrativa Coeniana clásica. Un notable filme, de esos que cuando terminan en realidad empiezan.



Nota: Usted puede descargar los torrents de todas estas películas en www.isohunt.com. Y los subtítulos en www.subdivx.com.

viernes, marzo 26, 2010

El imaginario de Terry Gilliam



Sentarse a ver una película de Terry Gilliam equivale a ir una clase magistral de cine. Si no nos gusta, cuestionémonos, porque es Terry Gilliam. Se trata de un cineasta consagrado, que no tiene que demostrar nada a nadie, tal como sucede con Lynch, los Coen, Cronenberg y un par más. Más que recriminar alguna de sus últimas cintas, en el caso de que queramos hacerlo, habría que buscar la razón detrás de nuestros aparentes reproches. Seguramente nos toparemos con algún propósito, algún planteamiento, alguna idea trascendente, alguna luz. En su nuevo filme, “El imaginario del Doctor Parnassus”, Gilliam desborda su talento en una pieza prodigiosa que rememora sus inicios y resulta ser un tanto autobiográfica. Estamos frente a una película pasmosa, ostentosa y, por sobretodo, profunda, incluso más de lo que parece.

El poder de la imaginación. La misma premisa la hemos visto en todas sus películas, ya sea de manera explícita, como ocurrió en “Tideland” (una oda a la imaginación, tierna y tétrica), o simplemente al servicio de la trama, como pasó con “Pánico y locura en las Vegas” y otras tantas. Se trata de una imaginación alucinada, grandilocuente, traída a la pantalla directamente desde el más onírico sector del mundo de los sueños; pero que no es gratuita, sino que plantea ideas, conceptos: fantasía y realidad, verdad y mentira, felicidad y miseria. Con “El imaginario del Doctor Parnassus”, Gilliam vuelve a hablarnos de la sinceridad de la fantasía, quizá de manera más intelectual que en otras ocasiones. Si en “Tideland” la imaginación era planteada como escudo natural de las bajezas del ser humano, en “El imaginario del Doctor Parnassus” toma su carácter redentor, pues sólo la imaginación puede conectarnos con nuestra esencia, desnudarnos, liberarnos.

A propósito del contraste realidad-imaginación del que escribo, en el filme que nos convoca esto se refleja, por una parte, en los majestuosos escenarios a los que ingresan los personajes tras cruzar un espejo que lleva a la mente del Doctor Parnassus (que actúa como recipiente potenciador de la imaginación de los que entran), y por otra, en la sórdida cotidianeidad que debe vivir el inmortal Parnassus y sus compañeros de ruta, entre ellos su hija, quienes han montado un mísero show callejero para ofrecer a los transeúntes, a un precio módico, la increíble invitación a abrir sus imaginaciones y ser transportados a mundos con los que nunca han soñado. Gilliam enaltece este relato, fundamentalmente, con dos elementos dramáticos: en primer lugar, con unas cuantas apuestas de Parnassus con el diablo (una de las cuales lo hizo inmortal), y en segundo lugar, con la llegada de un extraño de gran carisma que modificará el status quo del Doctor Parnassus y su grupo de camaradas; todo aquello fomenta el tono sutilmente discursivo que plantea Terry Gilliam y que envuelve conceptos como la tentación, la trascendencia, la redención y el castigo.


Detengámonos y hablemos un poco de Terry Gilliam. Nos referimos al autor de dos clásicos cinematográficos: Brazil y 12 monos. Gilliam se formó en Monty Phyton, un grupo inglés de comediantes (cultivadores de un humor surrealista, absurdo y social) que lograron la fama con un programa de televisión que trascendió el mundo de la pantalla chica, siendo sus integrantes, entre ellos Gilliam, responsables de varios largometrajes. Pese a este poderoso origen e influencia, Gilliam alcanza en su trayecto cinematográfico una impronta propia, hoy en día inconfundible, caracterizada por historias profundamente visuales, cayendo muchas veces en una fantasía que sobrepasa la propia historia, una grandiosidad estética, pero siempre con premisas potentes e ingeniosas. También predomina en su cine una cierta magia que envuelve a sus relatos y a sus personajes, un aire de cuento de hadas, en ocasiones delicado y en otras frenético, conseguido con un trabajo cinematográfico fríamente calculado; basta ver “Pánico y locura en las Vegas” y “Los hermanos Grimm” para comprobarlo.

Siguiendo con “El imaginario…”, por un lado, habría que comentar que la actuación póstuma de Heath Ledger es correcta, pero más que eso llama la atención la forma en que Gilliam superó el problema de su fallecimiento; el rol de Ledger fue suplido por tres actores: Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell (por la web se rumorea que ni siquiera cobraron por su reemplazo), quienes asumen el papel del ex guasón solamente dentro de la mente del Doctor Parnassus, en una decisión de Gilliam forzada por las circunstancias, pero que calza tan bien que pareciera que el guión siempre estuvo planeado así; los tres se lucen en su imitación a Heath Ledger, pero si hay que elegir a uno me quedo con la prestancia Johnny Depp. Y por otro lado, vale la pena mencionar que en esta película Terry Gilliam vuelve a las grandes construcciones técnicas que le vimos en sus inicios (La bestia del reino, Brazil), pero abriéndose paso victoriosamente en el mundo digital, aunque sin dejar de lado ciertos efectos artesanales que marcan su estilo.

Si bien no todo el mundo disfrutará de esta película, sí lo harán quienes se den el trabajo de apreciar lo que plantea Gilliam, puesto que “El imaginario del Doctor Parnassus”, pese a su pirotecnia y magnificencia, no te da respuestas en bandeja, sino que necesita ser digerido. Un tono alegórico, pseudo budista y delirante ronda a este filme; un filme dotado de un espectáculo visual que a ratos opaca a la narración, pero que no por eso deja de deleitar y provocar. Estamos en presencia de un mito o fábula épica de la autoría de Terry Gilliam, profundamente suyo. Por mi parte, valoro su particular lenguaje visual, la fidelidad a su visión (como ocurre con pocos cineastas en la actualidad) y me saco el sombrero. Al fin y al cabo, Parnassus es la suprema metáfora del propio Gilliam: un hombre imperfecto, como todos, que sufre, sueña, lucha, se cae, se levanta, crea, destruye, vive y se desvive por contar historias que nos sacudan y abrir nuestras aletargadas e insulsas imaginaciones.

domingo, marzo 14, 2010

Estreno mundial: MALA VIDA


1) Presione PLAY.

2) Pulse PAUSE y deje que la línea de tiempo cargue (para evitar interrupciones en la reproducción).

Si quiere mirar el corto con HD ON y en pantalla completa debe verlo AQUÍ, donde también tiene la opción de descargarlo para verlo en cualquier reproductor de su computador (en la parte inferior derecha de la página web, donde dice "download this video").

3) Entretanto, si quiere, lea esto:


Darme el tiempo de hacer un corto, aprendiendo sobre la marcha. Esa era la idea, pero requería gente. Antes había tenido intentos fallidos y un resultado: Fierrazo, un corto de calidad escolar cuya gran utilidad fue enseñarme a utilizar un programa de edición de video. Ahí hubo personas que me cooperaron como actores, pero ahora el propósito era dar un paso más allá, salir de la etiqueta "humorada". Varios amigos me dieron su apoyo, pero sabía que la cosa no era tan fácil. A la hora de pedir ayuda me di cuenta que podía contar con dos personas que estaban dispuestas a entregarme algo de compromiso: Gustavo Lillo y Andrés Zepeda. Los miré y pensé qué podía hacer con ellos, qué roles podrían interpretar mejor. No me demoré mucho en imaginar algo a su medida: una suerte de crónica de dos jóvenes descarrilados. Seamos honestos: todos los jóvenes estamos un poco perdidos. Desarrollé un argumento en un par de días y fijamos fechas de grabación. Había que ser rápido, porque de otra forma no resulta. Esa es la diferencia del cine (por lo menos el amateur) con el resto de las artes: hay que aprovechar los momentos, y no me refiero a sacarle el jugo a la inmediatez de una idea o a un ánimo creativo especial, sino que a los tiempos y los espacios que la gente está dispuesta a regalarte para que ejecutes algo. Por lo tanto, había que jugársela en la filmación y no equivocarse mucho. Todo fue difícil, pero terminamos. ¡Terminamos! Lo que van a ver es el resultado de encuentros cancelados, postergaciones, llamadas telefónicas, risas, apuros, conflictos, enojos, problemas y risas de nuevo. El arte aquí, más que en el propio corto, está en superar los inconvenientes de la realización. Ejemplo: una de las escenas fundamentales del corto tuvimos que hacerla de una sola vez, porque quedaba poca batería y unos cinco minutos de luz del día; yo estaba furioso por el tiempo que habíamos desperdiciado y les indiqué a los actores, gruñendo y en menos de un minuto, lo que tenían que hacer. Y, extrañamente, quedó bien. Ahí está la magia del cine amateur. Claro, la idea de hacer algo mejor y más grande siempre está, pero para eso se requiere experiencia, dinero y tiempo; por el momento el propósito es simple: continuar aprendiendo, corrigiendo y progresando en base a estos cortos underground con defectos técnicos.

Señoras y señores, disfruten de este germen llamado MALA VIDA.

sábado, marzo 06, 2010

Mala vida (invitación y trailer)



miércoles, marzo 03, 2010

The trigger effect (recomendación sísmica)


En caso de que usted haya tenido la fortuna, como yo, de no haber sufrido grandes pérdidas con el terremoto del 27 de febrero y, por tanto, pueda darse el lujo de analizar el acontecimiento desde una perspectiva más sociológica (que es la que menos importa en este minuto), le hago una recomendación (considerando que este blog es de cine): The trigger effect. Se trata de la segunda película dirigida por el famoso guionista David Koepp; un intenso thriller que habla sobre la conducta del hombre frente al caos. O cómo el caos genera más caos. Un filme olvidado y subvalorado que saco del baúl bajo estas sombrías circunstancias.



No se fíe del trailer; la película no es tan efectista.

miércoles, febrero 24, 2010

Vínculo oculto entre Locke y Snape

ADVERTENCIA: Esta entrada contiene SPOILERS de la 6ta temporada de LOST.


Ante el cúmulo de teorías surgidas en torno a John Locke, su muerte y su otro yo, dado que sus fanáticos (entre los cuales me incluyo) se niegan a pensar que sea simplemente un peón en el entramado de Lost, los productores de esta épica serie entregaron una respuesta sugerente: John Locke es muy similar a Severus Snape.

Personalmente, no he leído la saga de Harry Potter y he visto sólo algunas de las películas, por lo que les dejo un link que divaga sobre este tema y comenta un par de puntos interesantes con los cuales estoy bastante de acuerdo.


Pase por acá.